“Los Judíos conocido como Caboclos” (Parte 1)

Los Tupies: He aquí una de las familias más difundidas de América del Sur. Comprendía un gran núcleo Amazónico, o de los Tupies Occidentales, que se extendió por los Valles del Xingo, Topajoz y Madeiras, y un grupo de Tupies Occidentales, que se extendían a lo largo de la Costa, desde la desembocadura del Amazonas, hasta la Laguna de los Patos y la Cuenca del Alto Paraná.

Estos pueblos, que según se supone se expandieron desde el Paraguay hacia el Norte, se dedicaban a la pesca y a la Agricultura. Para su alimentación preparaban harina de Mandioca y de pescado, formaban una pipa y se emborrachaban con una bebida fermentada de mandioca.

Entro Los Tupies, las viviendas tenían forma de columna, eran de plantas rectangular (4 a 5 metros de ancho por 46 de largo), y techos curvados a 2 aguas cada aldea tenía siete u ocho chozas y estaban protegidas por una empalizada. Construían bolsas, y con las cortezas de ciertos arboles fabricaban canoas en las que podían navegar 30 remeros. Utilizaban hachas de piedras, y como arma principal, arco y flechas. Eran casi desnudos y se tatuaban el cuerpo. Los Hombres usaban el “Tembetá o Barrote”, que las atravesaban el labio inferior, grandes tocados de plumas tojas y se depilaban la barba.

Las mujeres vestían el “Tipoy” de algodón tejido y se pintaban debajo de los ojos. Tanto el tejido como la alfarería eran industrias a cargo de la mujer.

Los Tupies eran polígamos, pero daban cierta permanencia a la primera esposa. En algunas ceremonias mágicas bailaban al compás de las maracas o sonajeros.

Todo hombre poseía una de estas maracas. Entre estos indios hay unos individuos especiales llamados “Pagues” (Adivinos) eran muy respetados y gozaban de mucho crédito. Estos Pagés una vez al año, recorren el territorio de su jurisdicción, y visitaban todo los pueblos, de choza en choza anunciaban que su espíritu venido de lejos lo considera aquí lo desee, el poder de hacer hablar a las maracas y habitara en ellas. Naturalmente todo el mundo se declara incautado de ver aumentado los poderes de su maraca con la fuerza del nuevo espíritu.

En cada poblado se organiza una gran fiesta. Se bebe, se canta, se hacen conjunto de conjuros y rituales que duran muchas horas. Luego los hombres levantan una choza y ordenan a las mujeres y niños que se alejen del lugar. El Page y los ayudantes, que el mismo ha elegido entre los hombres del poblado, mandan a los demás que entren de uno en uno a las chozas y depositen allí sus maracas, cuando todos han cumplido con esta formalidad, el page entra solo en la choza y permanece en ella cierto tiempo. Cuando vuelven a salir todas las maracas están hechizadas, o sea que en cada una de ellas vive el espíritu. Los hombres recogen sus maracas vuelven a dejarlas en sus chozas; las llaman “querido Hijo” y la colocan delante de ellos comidas por el espíritu, a menudo las exploran para obtener gracias y favores.

Se sabe que esta tribu la tenían ciertos espíritus. El más furioso de todos era “Juruparí”.

Este espíritu es identificado como “El Diablo”, para los judíos.

Suelen aparecer como un ser monstruoso y contra él no hay defensa. Otra de las costumbres es de molestar a los recién sepultados, si los supervivientes se han olvidado de dejar encima de las tumbas (túmulos) alimentos y bebidas que le satisfagan. Siempre están merodeando cerca de los cementerios y ningún indio se atreve a salir de noche sin una antorcha encendida.

Juruparí: Es quien atormenta a las almas de los muertos que no demostraron valor en el combate.

Otro espíritu atormentador es “Curupira” morador de la selva y de aspecto casi humano, aunque tenga los pies hacia atrás y su altura sea muy baja.

Otro espíritu es “Añanga”, espíritu con ojos de fuego y viste con piel de venado blanco, algunas tribus lo confunden con Juruparí.

“Boitata”, espíritu que suele aparecer con el aspecto de una inmensa serpiente boa de fuego, habita en los claros de la selva y protege a las aves.

Coapora, es un espíritu denominado de tamaño descomunal que suele aparecer montado en un jabalí gigantesco, si alguien tiene la desventura de encontrarlo en la selva, perderá por siempre la razón. Estos Caboclos también creían que los espíritus fallecidos se refugiaban en los pájaros de plumaje negros, en los sapos, en los lagartos (sobre todo en las iguanas), en los murciélagos y en las serpientes, exactamente como negros de Haití, y ciertas tribus Bantúes.